Revista
Afetos & Sexualidade
DEFCON poder
DEFCON poder
Francesc Granja
(Sexólogo)
— Somos peculiares. Y tú, ¿no lo eres?
— No lo sé. No lo creo.
— Pues es una lástima.
(El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares)
La palabra “sexualidad” está cargada de connotaciones que tienen que ver con lo secreto o lo tabú. De la misma manera, la palabra “discapacidad” se asocia a lo marginal o lo enfermo. ¿Qué pasa cuando se combinan ambos términos? Mucha gente cree que al hablar abiertamente de sexualidad o al hacer educación sexual estamos fomentando la promiscuidad o el libertinaje de las personas con discapacidad y eso no es así. ¿O quizá alguien piensa que por hablar de gastronomía y nutrición estamos promoviendo la gula o las comidas excesivas? Al contrario, cuanto más información tenemos sobre las propiedades de los alimentos, más probabilidades tendremos para desarrollar hábitos alimenticios saludables. De la misma manera, la educación en sexualidad permite aprender, comprender y practicar lo que significa ser hombre o mujer en la cultura y época en que vivimos y es una oportunidad para adquirir los recursos necesarios que nos ayudarán a vivir de manera autónoma, satisfactoria y responsable.
Cuando utilizamos la palabra sexualidad tenemos que especificar de qué hablamos. Efigenio Amezúa define la sexualidad humana como «una dimensión fundamental de la personalidad del ser humano que integra elementos psicológicos (emocionales), físicos (biológicos) y sociales (histórico-culturales) y que identifica la biografía de las personas, individuos únicos e irrepetibles con sus diferencias, dificultades y particularidades».
Solemos confundir la sexualidad con la genitalidad, pero la sexualidad es un concepto mucho más amplio que incluye aspectos como la identidad de género, el placer, la orientación del deseo, la intimidad, las fantasías, los afectos o la reproducción. La sexualidad explica los procesos fundamentales para el crecimiento y la maduración de una persona y es esencial para:
Destruyendo mitos
Uno de los primeros mitos que hay que disolver es que las personas con discapacidad física o intelectual o salud mental tienen una sexualidad diferente o especial. Como ocurre en otros ámbitos, no hay una sexualidad normal y otra sexualidad de las personas con discapacidad. Hay tantas sexualidades como individuos. Lo que da singularidad a la sexualidad de las personas con discapacidad no es la sexualidad en sí misma sino los matices o condicionantes diferenciales que, generalmente, son atribuibles a su entorno y que condicionan su realización erótica. Tener una lesión medular o una parálisis cerebral no impide a la persona vivir una vida sexual satisfactoria. Lo que dificulta su desarrollo sexo-efectivo es haber sido educada más o menos explícitamente con la idea de que la sexualidad se centra en los genitales y que las personas con el cuerpo paralizado o con dificultades de comunicación nunca podrán reproducir determinadas conductas sexuales supuestamente “normales”.
Venimos de un pasado donde a las personas con discapacidad se las aislaba y se les negaban sus derechos fundamentales, en especial los sexuales. A esta influencia histórica de discriminación hay que añadir el concepto actual predominante de que la sexualidad se basa principalmente en los instintos y los genitales. Esta concepción genito-céntrica está íntimamente vinculada con la visión homogénea comúnmente aceptada de lo denominado “normal” en relación a la figura del hombre y de la mujer. Lo normal es lo deseado y todo aquello que está en los extremos queda desacreditado o relegado a un segundo plano. De este modo, la sociedad termina anulando la sexualidad de los cuerpos, las mentes y los sentidos “no normativos”, fomentando, de nuevo, su invisibilización, marginación y exclusión.
En sexualidad, las etiquetas heteronormativas generan ideales que solo consiguen que la sociedad, en su desconocimiento, limite la sexualidad a unas prácticas e ideas excluyentes y se relacione más con el título de “discapacitado/a” que con la persona que hay tras él. Sin embargo, todas las personas son sexuadas, eróticas y relacionales y, por lo tanto, las personas con discapacidad presentan las mismas necesidades y deseos sexuales, eróticos y de relación social que el resto de individuos, con la única diferencia de que sus alternativas para vivirla y cultivarla son limitadas.
El caso más paradigmático que nos ayuda a entender la idea de que las personas con discapacidad no tienen una sexualidad diferente o especial, sino que es su entorno el que condiciona su realización erótica es, por ejemplo, el del chico con síndrome de Down que tiene una conducta repetitiva de auto estimulación genital en público. A los ojos de un estudiante o un profesional desconocedor de los conceptos básicos en sexo-afectividad inclusiva, este joven «es un pervertido que se masturba todo el día». Alguien que tenga incorporada la nueva perspectiva podrá deducir muy fácilmente que este adolescente no tiene ningún problema o trastorno conductual ni sexual sino que, sencillamente, no ha recibido ningún aprendizaje sobre sexo-afectividad.
En efecto, al contrario de lo que le habrá pasado, seguramente, con ámbitos como la higiene o la alimentación o las relaciones sociales donde habrá tenido una formación continuada y adaptada a sus necesidades comunicativas, en la biografía de este chico, muy probablemente, nadie le ha hablado de sexualidad. En el caso improbable que alguien le haya explicado algún concepto, es muy posible que se haya hecho énfasis en alguna de las tres “P”: peligros (abusos, infecciones), problemas (embarazos) o prohibiciones. Ni los familiares ni los profesionales psicoeducativos o sociosanitarios que lo han acompañado, dada la carencia de conocimientos, habrán evitado hablar de géneros, de cuerpos, de afectos, de deseos, de conductas eróticas, de placeres, etc. Para que este chico no tenga esta conducta socialmente rechazada (y que refuerza el estigma que recae sobre él), alguien le debería haber enseñado a reconocer sus deseos y, en su caso, a enseñarle a masturbarse apropiadamente y en unas condiciones que respetaran las normas sociales (privacidad e higiene).
Una responsabilidad de todos
Mientras que los modelos de atención y el reconocimiento de los derechos de las personas con discapacidad han avanzado de manera importante, la sexualidad de estas personas sigue envuelta en prejuicios, mitos y tabúes que, en muchos casos, han supuesto la negación de la existencia de su sexualidad y la represión sistemática de sus manifestaciones.
El desarrollo de la sexualidad contribuye al bienestar de las personas con discapacidad. Del mismo modo, en la medida que logren desarrollar competencias para la autodeterminación y el autocuidado, estarán en mejores condiciones de optar a la vivencia de una sexualidad plena, satisfactoria y segura. Si el entorno facilita recursos para aproximarse de una manera sana a la sexualidad, se está cuidando un área importante del desarrollo vital de estas personas, generándose un efecto positivo y disminuyendo los factores de riesgo.
Tanto las familias o tutores como los profesionales deben acompañar a las personas con discapacidad en su desarrollo sexo-afectivo con el mismo énfasis con que lo hacen en los ámbitos de la salud, la educación, el trabajo o el ocio. Las personas con discapacidad no son ajenas a la violencia de género, al abuso sexual o a los embarazos no deseados o las ETS. Tampoco son ajenas a la necesidad de aprender a conocerse, aceptarse y poder expresar su erótica de manera satisfactoria, ni a que se aplique en ellas el enfoque de género. Las mujeres o el colectivo LGTBI han liderado muchos de los cambios que tienen que ver con su sexualidad, con las leyes, la educación, la atención y con cómo ocupar el espacio que le corresponde dentro de la sociedad. Y las personas con discapacidad deben hacer lo propio. El silencio respecto a lo sexual no deja las cosas como están, sino que las empeora; por eso es necesario promover la atención, la educación y la prestación de apoyos a la sexualidad de las personas con discapacidad. La sociedad está cambiando y las personas con discapacidad no pueden quedarse quietas o, de lo contrario, cada día la distancia será mayor.
Todas las personas necesitan recibir educación sexual y que se faciliten las condiciones que les permitan la vivencia satisfactoria de su sexualidad. Las personas con discapacidad también, con independencia de cuales sean sus limitaciones y necesidades de apoyo. Hemos de contribuir a atender y educar la sexualidad de las personas con discapacidad, adaptándose a las peculiaridades de cada persona, sus capacidades, el momento evolutivo, sus diferentes intereses, deseos, motivaciones y necesidades.
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